Los seguidores de Pan Am recibimos malas noticias la semana pasada: algo menos de 6,5 millones de espectadores embarcaron hacia Berlín el pasado domingo, es decir, en tres episodios la serie ha perdido 4,5 millones. La cifra empieza a ser preocupante, tanto que SpoilerTV ya la sitúa dentro de la lista de series “en peligro”. Pero siempre hay algo positivo a lo que agarrarse, en este caso, que Ich Bin Ein Berliner demuestra que estamos ante una grandísima serie, con escenas y diálogos capaces de erizar el vello del más rudo del lugar, ¿lo comentamos?
Antes de comenzar la review quiero pediros disculpas por el enorme retraso con el que llega la revisión del tercer episodio de Pan Am, intentaré ser más puntual, I promise!
Vamos a lo que vamos, Ich Bin Ein Berliner es una pequeña joya de la televisión. Cuarenta minutos de intriga, suspense, emoción y drama para su deleite personal. Poco o nada hay que reprocharle, quizá alguna ambientación discutible y un par de efectos poco logrados que, sin embargo, no consiguen deslucir en absoluto el 1×03. El eje sobre el que gira el episodio es el famoso discurso que JFK pronunció en Berlín el 26 de junio de 1963. Una acontecimiento del que las azafatas son testigo de formas muy diferentes.
Para Maggie Ryan, el viaje a Berlín simboliza la consecución de un sueño: El de saludar a Kennedy en persona, un personaje al que admira y por quien trabajó como voluntaria en su campaña. Ryan es, en este episodio, un ejemplo de hasta dónde puede llegar el fenómeno fan. Las mil y una artimañas que la sobrecargo pone en marcha para conseguir su objetivo son la parte de comedia de enredo de Ich Bin Ein Berliner. Maggie intenta camelarse a un par de periodistas para que la ubiquen con la prensa durante el discurso, se cuela en la fiesta en una fiesta en honor al Presidente y abandona su puesto de trabajo para quemar el último cartucho en la pista del aeropuerto de Berlín. Kennedy juega al ratón y al gato con Maggie pero unos habanos y un saludo en la distancia hacen las delicias de la azafata. Todo vale la pena si el resultado es esta cara de emoción.
Igual que en los anteriores episodios, la trama de Maggie es de las menos interesantes. Todo lo contrario que la de Kate Cameron, una historia de espías en toda regla. La trama consigue mantener un perfecto clima de tensión desde que Kate se encuentra con Richard Parks en el metro hasta que Roger Anderson le canta las cuarenta en la embajada americana. Entre medio, vemos la primera flaqueza como espía de la mayor de las Cameron: sus sentimientos. Kate es incapaz de dejarlos atrás cuando un correo como ella se ve en peligro. La historia de Anke, la agente de Alemania del Este, nos pone en una encrucijada: ¿Debería Kate ayudar a su homóloga y desoír las instrucciones que le han dado? ¿O abandonar a Anke a su suerte y garantizar el éxito de su misión? Como era de esperar, Kate opta por la primera opción. La historia no puede terminar bien, al fin y al cabo, Kate no sabe para qué trabaja o cuál es la utilidad del libro. Ni siquiera sabe si Anke es quién dice ser. He aquí la clave de la trama. Kate camufla a Anke como azafata de Pan Am, la cuela en la fiesta de la embajada y le “presenta” a George Manchester, un periodista patriota y anticomunista que le brindará la ayuda que necesita.
Y justo cuando pensábamos que estábamos ante un final feliz, aparece Roger Anderson. Su conversación final insinúa que Anke no es quien decía ser. Incluso, si hilamos fino, podríamos decir que es posible que Manchester tampoco sea un simple periodista y que, quizá, la conversación que mantiene con Kate en el avión al principio del episodio no es más que una treta para hacer que la azafata llegue a las conclusiones adecuadas y haga justo lo que él quiere. Es probable, también, que no sea nada de lo anterior pero, en todo caso, estoy deseando saber qué quiere decir Anderson con ese “Miss Cameron, no tiene ni idea de lo que ha hecho, ni de lo que hace falta para mantener fría la Guerra Fría”
Vayamos a la trama romántica del capítulo. Poco hay que decir de ella excepto que el tira y afloja entre Laura y Ted no ha hecho más que empezar. Está claro que ella no busca una relación ahora mismo pero parece que el copiloto no va a darse por vencido.
Si tuviera que quedarme con una historia de Ich Bin Ein Berliner, sin duda sería la de Colette Valois. Me sorprende que una persona con un pasado tan oscuro como el de Colette desprenda esa vitalidad y optimismo, aunque quizá, es precisamente a causa de él por lo que vive la vida con tanto entusiasmo. La trama de Colette está magistralmente construida. La escena en la que flashes de su pasado se cuelan en la abarrotada escalera que les lleva a ver el discurso del Presidente, es de las que quitan el aliento. La angustia y el sufrimiento de Valois traspasan la pantalla y nos confirman lo que ya intuíamos en un principio: Que los nazis le arrebataron la infancia.
Es inevitable fijarse en la resolución con la que le dice a Dean en el lobby del hotel que ella no es un caso especial. Me da la sensación de que se ha repetido esas palabras como un mantra a lo largo de su vida para bloquear los sentimientos que le provoca la pérdida de sus padres. Emociones que, por otro lado, salen a la luz con fuerza en la fiesta de la embajada. La ira, la tristeza y la impotencia se apoderan progresivamente de Colette. La forma en la que bebe de su copa de champagne, la contundencia de sus palabras al decir que habla alemán tan bien porque fue forzada a aprenderlo de niña y, sobre todo – sobre todo – la interpretación de las primeras estrofas del himno alemán, aquellas que más se relacionan con la Alemania nazi, el Deutschland Über Alles. No hay palabras que hagan justicia a esta escena, lo único que puedo decir es que me ha puesto la piel de gallina como ninguna otra secuencia lo ha hecho en los últimos tiempos. Brillante Colette Valois y soberbia la actuación de Karine Vanasse.
Llegamos así a la escena final, a ese diálogo, que es más bien un monólogo, entre Colette y Kate. Una secuencia en la que nos explica su historia y en la que el dolor, contenido al principio y desatado al final, inunda la cabina de pasajeros. “Vine a Alemania para perdonar pero les sigo odiando y no sé cuándo dejaré de hacerlo”, estas palabras ponen el broche final a una trama y un episodio intachables.
Ich Bin Ein Berliner confirma la buena marcha de Pan Am y, aunque las audiencias no acompañan, creo que ya podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que esta serie es de lo mejorcito que se ha estrenado esta temporada. No sé si seguirá entre nosotros muchas semanas más pero, en lo que a mi respecta, pienso saborear todos y cada uno de los minutos que tengamos por delante.
Es vuestro turno, ¿qué os ha parecido Ich Bin Ein Berliner?